atravesaron mis ojos
éstos quedaron atónitos
extrañados, enfurecidos,
enajenados.
La noche me cubría entera,
su inmensa oscuridad me
torturaba.
Y la serpiente...
Y esos, sus ojos...
estaban ahí, encima mío
como queriendo beber mi sangre.
No detuve mis pasos en ese terreno
pedregoso, tenebroso
con tantos espectros y monstruos
que acechaban contra mi entereza
sin la certeza que todo concluiría
de un momento a otro, sin piedad.
Y la serpiente....
Y los ojos....sus ojos...¡esos ojos!
Me transportaban el alma
me comían cruda,
sin resquicios de orfandad,
maniobrada en ese paisaje
tan siniestro como el cuadro
que veía sin poder parpadear
en el museo del barrio más antiguo de
aquella ciudad.