Mi
nombre es Arnaldo Sabio —soy reportero— y un
día, estando, en mi oficina. Me enviaron a hacer una nota a
un pueblo lejano. Donde me comentaron,
que una anciana, la más longeva del lugar; tenía
una historia interesante e inquietante
para contar, y he aquí sucintamente, lo que extraje:
—En
un pueblo muy lejano a la ciudad y sus modales, vive
un ser y existe (aunque no lo parezca).
—Según
todo el pueblo es la persona más horrible que jamás haya existido. Los aldeanos dicen que su figura presenta múltiples anomalías, que
su rostro está todo resquebrajado, lleno de
cicatrices, y según ellos, èsto se debe a las múltiples alergias que padece desde niño.
—Su
mirada, dicen… que es muy penetrante,
tanto por la oscuridad que representa como por su iris
negro, que llama al terror. Los aldeanos aseguran, que el olor que emana de su cuerpo, no se asemeja ni a la más putrefacta de las
violetas. Aunque lo más horrible o temible en él (que
logra dejar perplejo a todo ser humano) es su nariz,
que no se puede describir de lo tan horrorosa que
es…
Aunque ellos, trataron de describírmela:
—Dijeron que es de tamaño grande, y sus orificios son los más
grandes que antes hayan visto, que tiene forma pero
no se asemeja a nada conocido. Dicen que todo, todo en su ser es anormal, y el
pueblo así lo llama y le grita cuando pasa cercano a ellos (las mismas no son
tantas porque nadie quiere sentirlo cerca). —
Aquí hay que resaltar su nombre, uno de los
más lindos para mi gusto: Augusto, mejor conocido como el “venerable”; realmente
este hermoso nombre —dicen los aldeanos— que no lo acompaña.
—Augusto vive en una cabaña solitariamente. Bebe
y come de lo que él mismo se proporciona porque ningún almacén, ni tienda,
dejan que ingrese. —Les comento
intrépidamente aquí, que ni siquiera sienten lástima por él—.
—Pasa
los días corriendo a los animales del campo para matarlos y luego comerlos —la mayoría de las veces crudos— y
otras cuantas más; si encuentra suficiente leña, los asa y en el rio sucio
cercano a su cabaña, logra saciar su sed. Deberá ser, por esto, que por beber del mismo… — comentan los aldeanos— que su aliento es tan desagradable que sería
parecido a oler azufre quemado.
Augusto vive y nadie puede
evitarlo, así lo quiso el destino, la naturaleza o Dios; aunque nadie lo acepte,
él es real, no es ninguna fantasía, ni ningún sueño.
—El
pueblo intentó matarlo muchas veces, para así, dejar de sufrir. Porque tanto
ellos como él, no podían soportar la situación. Le han hecho beber cicuta, tirado lanzas, y ¡hasta le han hecho trampas
como a ratones, para que caiga en un pozo, y cayó!. Lo han intentado
electrocutar con un cable de luz que se encontraba a tres kilómetros de su
hogar, cuando salía del río luego, de haberse bañado. —Lo apedrearon, gritándole: “demonio”, pero
él resistió a todo esto, y mucho más. Aunque parezca débil por su estructura,
es una de las personas más fuertes en toda la aldea.
Augusto nunca estudió, no sabe
leer ni escribir y se comunica básicamente. El utiliza de manera extraordinaria
su visión para comunicarse con los otros, y su mirada aunque de terror, es una
de las más tristes que se pueden llegar a encontrar en ningún lugar. Todo en él
es una fealdad novedosa, nunca antes vista.
—Por lo cual aquí, no hay ningún tipo de
exageración, sólo realidades. —
Hemos visto lo que la aldea piensa
de él, y cómo, lo ven. Pero ahora vamos a hablar de quién es él, de su vida
real, de su propia vida.
Augusto nació en una familia de
clase media alta, y al nacer, vaya
paradoja… —Era el bebé más lindo, de todos, los que
había tenido su familia. Todos lo amaban, lo fotografiaban, querían
tenerlo en brazos, y envidiaban todas las madres a su madre. Al crecer, más o menos a la edad de, los cinco
años. Comenzó a desfigurarse, a cambiar de rostro, de estructura, y fue en ese
momento de la vida en el que sus padres, se asustaron tanto de su
transformación… que lo llevaron al campo. Pensando ignorantemente que los iba a
matar a ellos algún día, y fue tanto su terror, que lo abandonaron allí, y
escaparon.
Pero un anciano lo rescató de
entre las malezas, y lo llevó a su cabaña donde lo crió hasta sus diez años
porque luego, el anciano murió —al
anciano también le daba miedo, Augusto pero no tanto, y esto se debe a su
vejez, misericordia y sabiduría—.
—Desde allí Augusto, se mantuvo como pudo…— algunas monjas le tiraban comida por las
rejas de su cabaña, hasta que dejaron de
hacerlo porque en la Iglesia se comentaba que era una especie de demonio. Para
ese entonces, cuando las monjas dejaron de auxiliarlo, gracias a Dios, Augusto;
ya tenía quince años y comenzó por sus propios medios a buscar su alimento.
Augusto a sus quince años, aún no
sabía, el porqué la gente le tenía tanto miedo, y esto se debía a que nunca se
había mirado al espejo; sufría de pesadillas, de alergias continuas y de
incomunicación excesiva. Ningún adolescente se acercaba a él, y esto lo ponía
muy triste hasta el punto, de la depresión —y no hablemos de las adolescentes
porque ni siquiera lo registraban—.
— Augusto pensaba… y esta era… su mejor
característica. El creía, aún, en los milagros. Tal es así, que como las monjas
le habían enseñado a rezar el rosario; él pedía todas las noches que se
realizara uno en él, quería dejar de sufrir, quería morir, dejar esta vida tan
tormentosa, tan miserable…—
—Pero nada ocurría… su Dios no lo escuchaba,
y para ese entonces, sus queridos vecinos ya le habían dejado veneno que él
confundió con agua. —no había
muerto, para desgracia de él, y de ellos, el destino quería a Augusto. —
—Algunas veces pensaba… en que sería de su
familia… a la cuál no recordaba, pero de seguro la había tenido, ya que sino:
¿cómo estaría vivo?. Augusto, muy a menudo, se preguntaba si en realidad no era
un demonio, como tantos aldeanos así opinaban. También recordaba al anciano ya
fallecido, José; quién había sido el único que lo había aceptado tal como era. —
—Así
pasó su adolescencia, llorando, sufriendo apedreadas, deseando morir, meditando
e imaginado cómo sería su rostro, ya que sólo lo conocía, por el tacto; y este,
le aseguraba, su extrema deformidad. Aunque a veces necesitaba verlo, lo quería
y deseaba, con todas sus fuerzas.
—Pasaron los días, meses, años y para éstas
alturas; Augusto aproximadamente, tenía veinticuatro años —ya que no se sabe con exactitud el día de su
nacimiento— y seguía cazando animales, bebiendo del río
y sufriendo a escondidas. —
—Hasta que una noche de lluvia, salió a
caminar bajo la misma, le encantaba esto… y caminó por los campos, hasta que
avizoró un espejo. Él siguió caminando, y sucedió el milagro: se observó... ¡era
el rostro más hermoso que antes haya visto!, ¡ahora si que no entendía nada!; o
el espejo estaba en mal estado porque el campo lo había desgastado, o era la
realidad… Pero…si era real… ¿por qué nadie podía observarlo?, ¿por qué todos lo
veían feo? ; y el gran misterio: ¿por
qué el mismo se notaba así?. —
Luego de haberme contado esta
historia, la anciana más longeva del pueblo, llamada Gracia. Me dijo lo
siguiente:
— Señor, es que cuando uno deja de ser bebé;
comienza a realizarse la mutación. Nos
convertimos en seres horripilantes, maltratados por distintas ideologías,
saberes, acciones, fantasías de dinero, amor, poder; o sea controles. Así nos
enceguecemos, y sólo vemos a partir de estos controles, y no con la esencia,
con la que nacimos. —
—Augusto siempre fue hermoso porque esa, era
su esencia, y lo sigue siendo. Por lo menos, él, pudo ver a sus veinticuatro años
que su pureza sigue intacta. Sólo, que largo tiempo le llevó encontrar, ese
espejo interno suyo y único, que le dio la conexión que necesitaba. Toda la
aldea va a seguir pensando lo mismo, pero… pobre de ellos…—
Augusto, hoy los observa y son
ellos, los horribles. Él no puede hacer nada; tal vez ellos, algún día, logren
encontrar su espejo y verse realmente.
Hoy Augusto, sigue viviendo;
tiene ochenta y uno años. Vive aquí, en la misma aldea, y logró a pesar de su
analfabetismo y poca comunicación, encontrarse consigo mismo y lograr entender
su destino: que es ser reflejo de la propia humanidad. —
¡Lástima que la misma no se da cuenta!. —
—… Usted señor… ¿encontró su espejo?. Le digo
que a mis ciento diez años, aún lo sigo buscando. ¡Es que me perdí tanto en las
distracciones de este mundo material! que hoy, es lo único, que busco.
—Le
contesté: — Recién ahora me entero de que existe ese
espejo, yo sólo vivía de mis notas, de mi familia. Pero creo, que ahora para mí
también, será el motivo de mi existencia: buscarlo y encontrarlo. …Tan difícil
no será…, Augusto lo logró.
—Dijo Gracia: Si, él lo logró, porque fue
capaz de destruir la creencia de su fealdad que le habían impuesto. Pero: ¿usted
es capaz de destruir la creencia de este relato y de los relatos en sí como
reportero?. Porque sólo así logrará usted encontrar su espejo.
— Entonces, le pregunté : ¿Por qué usted aún,
con su edad y siendo la anciana más longeva de la aldea, no lo ha encontrado?. — Eh… eh… porque aún sigo buscándolo, en
el mismo sitio, donde lo encontró
Augusto. Adiós.
—
—Así fue que Gracia, entró en su casa y se encerró, y yo con mi
anotador y grabador como buen reportero, me dirigí hacia mi auto y me fui
directo a mi hogar. — Aun sigo contemplando estas preguntas: ¿seré capaz?... y…
¿dónde lo buscaré?...