Luces, se abre el telón y sale;
con todo el glamour y el traje más alusivo a la fecha pero con los pies
descalzos. Luego de aquél accidente que tuvieron sus zapatos aquella noche aciaga
en la que un niño arrebató por la fuerza, sus refinados y lustrosos zapatos. Motivo por el cuál, tuvo que presentarse a su obra,
en aquellas descalzas circunstancias. Comienza
la función. Mostrando sus habilidades, desfila el primer
monólogo tan impactante, como
persuasivo. El público extasiado, muestra con múltiples risas, el agrado hacia la obra. Él, se jacta por dentro mientras, que por fuera logra
imponer la mejor sonrisa modesta, y así condescender con humildad, dicho elogio.
Se cierra el telón, y empieza a sentir enfado, impotencia. Comienza
a llorar como un niño por sus zapatos, ya que éstos, lo
acompañaban desde el principio de su carrera.
—Piensa que sólo por hoy ha
terminado la función y continúa descalzo—.
De regreso a su hogar no hace más
que releer el guión de mañana. No piensa en más que ser mejor de lo que hoy
fue, y en su mente se cruza, el triste pensar de sus entrañables zapatos.
—Suena el teléfono, no contesta,
no le interesa. Era su ex mujer, a quién había engañado, siete veces siete —.
Los gritos de su ex mujer no lo
movilizan no logran aturdirlo, ni hacerle confundir la frase que en ese momento,
estaba recitando. Cuando
su ex mujer termina con las imprecaciones hacia su persona. Él no hace más que
desconectar el teléfono y se va de su hogar. Huye al bar más cercano a tomar una copas y también
a resucitar su cuerpo con alguna muchacha del lugar. Logra hacer todo lo que
tenía en mente y de repente algo inesperado sucede camino a su hogar.
—Pasa a su lado, sobre la avenida… Violeta, ¡la mujer más hermosa!, quien un día se negó a su amor. Nunca nadie le había hecho tanto mal, nunca nadie lo había lastimado de
esa manera. —Ahí pasaba…Violeta… con la mejor figura, con el mejor diseño de piernas que sólo un ser
superior pudo esbozar—.
Quedó atónito, inmóvil, con los
ojos abiertos sin poder cerrarlos, y de vez en cuando se estrujaba los mismos
para saber si se trataba de un sueño o era la magna realidad.
— ¡Pero sí!, ¡era Violeta!—.
Cuando reaccionó, ella, ya había
desaparecido entre la multitud de la avenida. Él quedó con miles de palabras por decirle… pero callado, y descalzo.
Cuando llega a su hogar, busca su
caja de recuerdos en donde él atesoraba, aquellas cartas que enamorado le había
escrito a “Violeta”. Releyendo las mismas, no podía contener las lágrimas que le caían por
su rostro desesperadamente, ni los pinchazos fuertes que sentía en su pecho por
el terrible recuerdo de ese amor que nunca fue, y que por dentro, él sigue sintiendo crecer desde aquél momento en que
la vio pasar nuevamente por aquella avenida. Tal es
así, que comenzó a buscar entre sus papeles viejos: un
número de teléfono, alguna dirección, algo que lo pudiera acercar nuevamente a ella.
—Pensaba, que tal vez los años le
habían resultado satisfactorios para él y tenga una nueva oportunidad, sólo
esperaba una oportunidad—.
Entonces, encontró una de esas cartas de antaño
terriblemente despedazada, y en la
misma no se podían descifrar, ni los números, ni las letras. Hizo un esfuerzo y
pudo leer: “mi alma”. Enseguida supo que se trataba de Violeta. —Él siempre la llamaba de esa manera —.
Mientras seguía descalzo, se
preparó un café para relajarse antes de llamarla y también puso aquella música
que hace tanto tiempo tenía guardada, esos blues... tan entrañables... Entonces,
tomó coraje y llamó. Esperó unos segundos más, a que sonara el teléfono, y éste sonaba y sonaba.... hasta que alguien contesta:
—Hola, ¿Quién habla?—.
—Hola, Buenas Tardes. ¿Se
encontraría Violeta?—.
—Si, soy ella, ¿quién habla?—.
— Eh...soy...soy...— y corta—.
En ese instante, se da cuenta que no puede pronunciar su nombre, y se exalta. Empieza a tomarse de la garganta, y no... no puede... ¡No puede pronunciar su nombre!, ¡no lo podía
creer!... Fue
hasta la cocina a tomar un poco de agua pero no había caso... no lograba
hacerlo.
—Comenzó a pensar que tal vez
sería una maldición. Justo ahora, que encontraba al amor de su vida, no podía expresarse... Pensó
que tal vez alguien le había hecho un daño o un maleficio. Llamaría
a su madre quien sabía de esos temas y lo ayudaría:
— ¿Pero como lo haría si tampoco podía decirle
quien le hablaba?. — Continuó
pensando: —Es mi madre. Va a reconocer mi voz—. Entonces la llamó, y por
esas contrarias casualidades de la vida, lo atiende la sirvienta nueva que
había contratado su madre. He
aquí un nuevo problema... y cortó sin más.
—Se marchó, como
siempre a escuchar, un
poco de blues —.
Luego de relajarse, intenta
nuevamente decir su nombre... y fracasa. Empezó a gritar, a pegar piñas a la pared, retorcer almohadones, y nada... ¡No podía!.
—Hasta que recuerda su
situación, aún, sigue descalzo. Obviamente, no le pidió a ninguno de sus
compañeros actores que le prestaran un
par de zapatos. Porque
si había algo que
había heredado de sus ancestros, era su importante dosis, de alta estima. Ésto, era inherente en él, y por eso no le importó en absoluto que la
gente en la calle lo observara azoradamente. Él, era
actor. Nada había que lo pudiera afectar—.
Pasaron tres días, en los cuáles perdió el tiempo (tratando por sus propios medios) lograr decir su nombre, y cada
vez, era peor. Lo más insólito era que en su casa ya no había
zapatos, por lo cuál, salió
descalzo. No podía ir a visitar a ningún médico. “Médico” (palabra prohibida, para
él). Nunca había visitado ni siquiera, a uno, en sus treinta años y no
lo haría —. No
aguantaba más la situación, no había ido a la obra, no atendía el teléfono, no
comía. Fumaba sin parar, casi
treinta cigarros por día, y
sobre todo no entendía nada de esta inexplicable, situación. No tenía con que
calzarse, no podía pronunciar su nombre, y justo ahora, que
había reencontrado a su antiguo amor. Ésto, para
su pensar tan dialéctico, era inentendible—.
Entonces, por primera vez en su
vida, luego de una semana y media.
—José Félix Descalzo, bajó la
cabeza, aceptó su humanidad limitada, y como el apellido lo indica... descalzo, salió en búsqueda de un médico. —
— ¡Que risa!, ¡si sus amigos y
madre lo vieran! ¡Pero si, señoras y señores!. Hasta el ser más duro en el Planeta Tierra, cuando no tiene sus zapatos y no
puede pronunciar su nombre. Acepta
su debilidad ante esas casualidades, causalidades o milagros que aparecen en un momento determinado, y busca una salida—.
Y así fue...caminando descalzo al consultorio de un médico de
la clínica donde él era socio. Pero que... obviamente... nunca, había visitado.
Llegó, y se le presentó a la secretaria, con estas palabras:
—“Soy un hombre que necesita
ayuda”—. La secretaria confundida, y con un toque de risa pícara en su rostro, le contestó: —Bueno Señor, tome asiento. Enseguida, le informo al doctor de su presencia—. — El doctor, apenas lo vio, le
preguntó que le sucedía. —
Él le explicó que no
podía pronunciar su nombre y que no tenía zapatos. Luego de
una hora de conversación y al
no notar ninguna anomalía física, le dijo:
—Me parece... Si usted
me disculpa...que
tendría que ir a un psicólogo—. — ¡Psicólogo
dijo!, ¡que atrevido!. ¡¿Cómo se le ocurre que tengo que ir a un psicólogo
justo yo!?. —Y... y....
¡no lo podía hacer!... devuelta lo mismo. ¡¡¡¡¡¡Su nombre no lo podía decir!!!!!—.
Empezó a gritar, y fue el mismo doctor quien llamó, a una
psicóloga del lugar para que lo viera.
Luego de media hora, aparece la psicóloga. Lo lleva a su consultorio y le empieza a hacer un par de preguntas: con
quien vivía, si había tenido ideas raras, qué
le pasaba,
etc... Luego de una hora de conversación. La psicóloga fue en búsqueda de un psiquiatra. Porque para ella, éste pobre hombre necesitaba ser medicado de inmediato.
—A todo esto, el pobre José. No hacía
más, que agarrarse la cabeza y hablar en voz bajita. Tratando de entender su estado—.
En eso, aparece el psiquiatra y lo observa vivazmente. Luego de hora y media analizándolo. Le receta unas pastillas.
—Porque digamos aquí... que él, estaba
completamente, calzado. Salvo... que no lo notaba—. Por lo cuál el
médico, creía
que se trataba, de una
pequeña paranoia. —
José, al tomar en sus manos la medicación, sintió como un golpe en el centro de su corazón. No podía
creer que ésto... justo ésto… le estaba pasando a él....
— ¿Cómo podría volver a ver a sus zapatos? ¿Cómo podría decir su nombre?. Acaso... ¿pastillas lo ayudarían?—. No, no… esto era terrible para él. Ahora, no iba a poder actuar más ni reencontrarse con ese... amor suyo... Ésto
último, era lo
que más lamentaba.... Así que, puso en su bolso la medicación y se marchó—.
Tomó la medicación durante un mes, en el transcurso del cuál, no salió de su hogar. No
atendía llamados. Sólo
salía de su hogar, para comprar
alimento y cigarrillos. Fue así, como un once de octubre. Después, de haber tenido un
sueño con un galpón que estaba cerca de su casa. Sintió interiormente que debía ir allí, y así, lo hizo.
—Al principio, tuvo mucho miedo porque el sitio era muy tenebroso. Entretanto, avizora que hay un vagabundo durmiendo. Éste, se levanta al sentir
la presencia de un extraño y le pregunta:
— ¿Quién eres?—. A lo cuál José, responde: — No
lo sé—.
— ¿Y por qué estás descalzo? —. Le
pregunta el anciano. —
José no podía entender, como un
vagabundo podía
ver, lo que ningún psicólogo ni psiquiatra notaba.
—Entonces, José, le comenta: —No lo sé. Hace medio año que estoy en esta situación, y no la comprendo.
—A lo
cuál responde, el anciano vagabundo: — ¡Ay,
querido!, es muy fácil. ¿No lo notas, no puedes verlo? Estás descalzo porque no
sabes quien eres —.
— ¿Por qué me
sucedió ésto, justo, cuando me reencontré con la mujer que había sido
el amor de mi vida?—.
— ¡Ay, querido!. ¿No te das cuenta que cuando uno
comienza a sentir dentro, de sí, eso
inexplicable que se llama “amor”?. ¿Uno no
sabe realmente quién es?. Mejor dicho: uno se da cuenta que no es nada sin amor, y por lo tanto, debe
empezar a conocerse—.
—No... pensaba, que ya me conocía.... Tengo treinta años, y es
tiempo suficiente de vida, cómo para conocerme con exactitud—.
—Error amigo. Uno
nunca, llega a conocerse con exactitud. Sólo, si deja de pensar que no existe, tal
exactitud... Ahí recién...uno, comienza
a conocerse;
y el amor amigo...desnuda o mata a cualquiera.... ¡suerte que a vos, sólo, te dejó descalzo!. He conocido personas, a las cuáles, ha desnudado y hasta matado. Eso sí, que es más
difícil e irrecuperable... Por eso, te recomiendo... comenzá
a conocerte. Adéntrate, en lo más profundo de tu interior y cuando sientas ese alivio, de aceptarte tal como sos, y de corregir ciertos errores del pasado. Te
aseguro que vas a poder pronunciar tu nombre. Vas a volver a estar calzado, y además, vas a volver a sentir amor. Porque si no te conoces, jamás, vas a
poder distinguir: qué es amor, y qué, no lo es... —
—Pero, entonces... ¿Quién
fuel el niño que arrebató mis zapatos?—.
— ¡Ay... ay... ay!.... ¡Sos difícil, eh!... Fuiste vos mismo —. Bueno
muchacho, regresá a tu hogar, y pensá en todo esto que
conversamos. ¿Sí?, porque tengo que seguir descansando
hasta que venga alguien más, como vos... ¿Y... sabés
una cosa?, hace... menos… de quince minutos… había venido a verme una mujer pero con síntomas peores que los tuyos. —
— ¿Y cómo se llamaba? —. —Eso lo sé yo, pero ella no lo sabía. — ¡Por favor dígame quién era!.—No querido, eso no
lo puedo hacer, yo solamente guío. El resto lo debe hacer cada uno, y ahora te
dejo porque tengo mucho sueño, adiós. —
José regresó a su casa pensando,
que tal vez era Violeta quien había ido, pero como le
recomendó el vagabundo, comenzó a adentrarse en sí mismo. Comenzó a recordar su
pasado, la muerte de su padre, la ausencia de su madre, los fracasos, las
heridas más profundas que lo habían convertido en un desalmado. Lloró y lloró
un día entero y comenzó a perdonar y perdonarse por tantas cosas mal hechas y
algunas mal comprendidas y se durmió.
Al otro día se levantó con mucha
paz y sucedió el milagro... — ¡Ya podía pronunciar su nombre!. ¡Si!, ¡José! —Entonces
fue donde guardaba sus zapatos, y ¡si!, ¡allí estaban! — ¡Era demasiado para
el, era una persona nueva!, ¡había vuelto a nacer! —.
Lo primero que hizo fue llamar a Violeta:
—Hola ¿se encontraría Violeta? —
— Si ¿quién le habla? —
— José. ——
—A ver, un minuto, por favor. —Disculpe señor, no lo
puede atender Violeta, últimamente está muy agotada, no está en condiciones de hablar. —
—Pero necesito decirle algo. Sé adonde
puede recurrir. —
—Señor, todo lo que le pueda
decir está demás, ya probamos con todo tipo de terapias y ella sigue igual. Así
que por favor, deje de molestar, adiós. —
José fue corriendo hacia el
galpón y le dijo al vagabundo:
— ¿Por qué aún ella no soñó con
este sitio? ¡Ella tiene que curarse! —
El vagabundo le responde:
—Ella ya no cree en el amor, lo mató en su
corazón. No puedo ingresar en sus sueños porque ya no sueña. Ella está desnuda
y no quiere volver a vestirse; sólo si empezara con un primer paso, el cuál
sería, volver a creer...podría hacer algo, pero hasta ese momento, seguirá así,
y aún peor. —
José enojado se marchó.
Pasaron los meses, y José ahora:
José Felix Calzado, ya que logró revertir
su destino. Siguió actuando en sus obras pero ahora creyendo en el amor. Su
vida cambió completamente pero lamentaba mucho la situación de Violeta... Con el tiempo comenzó a
observar a una de las actrices que siempre lo ayudaba a maquillarse y quien lo
hacía reír mucho. Empezó a sentir algo muy fuerte en el pecho y se dio cuenta
que se trataba de amor, y así fue, como la citó a tomar un café.
Ella se llamaba Morena y de allí
en más fueron inseparables amigos y como consecuencia de esta linda amistad se
afianzó un vínculo más fuerte. —Pero él siempre pensaba, en que, sería de la
vida de Violeta. —Su alma presentía, que en algún momento, ella iba a poder entender
que con endurecer tanto su corazón, sólo iba a lograr terminar con volverse
invisible, y por consiguiente en dejar de existir. —
José se conoció, se perdonó y ama a una mujer
con todas sus fuerzas. No toma más medicación ni concurre más a los médicos.
—Pregunta el vagabundo: ¿Quién se
atreve a creer en que el amor es la fuerza que todo moviliza?, ¿quién se atreve
a conocerse a uno mismo? —Les digo hombres y mujeres: “Quien no se conoce puede
terminar como Violeta”, quien hoy por hoy se convirtió en un cadáver invisible, sólo por no
aceptar que debe conocerse así misma, para así, amarse y lograr amar. —Los
exhorto: ¡Conózcanse y amen! —
Amen, para no convertirse, en El Cadáver de Violeta.