Juan, como todas las noches le recitaba un cuento, a su esposa Fernanda que él mismo inventaba. Ella estaba convaleciente debido al cáncer de útero que estaba terminando con su vida. Pero esa noche, su esposo Juan, le contaría un cuento que jamás olvidaría.
—Éste, comenzaba, así:
“Sebastián todas las mañanas, se levantaba con el rayo de sol que aparecía en su ventanal. Ésto para él era costumbre porque odiaba los relojes, en realidad, odiaba al tiempo.
Al levantarse, hizo su rutina diaria: fue al baño y después a la cocina para preparar su desayuno. No era una mañana cualquiera.Era su cumpleaños, y para ésta fecha, nunca realizaba festejos porque lo ponían incómodo.
Después de tomar su desayuno fue directo al trabajo en dónde nadie se acordó de su cumpleaños.Ésto se debía a su falta de comunicación con los compañeros de oficina. Pero él no se molestó, ya que tampoco, simpatizaba mucho con ellos.
Terminó su día laboral y se dirigió al bar de la esquina, en dónde pidió lo mismo de siempre: una lágrima.
Mientras estaba esperando su pedido.Observó por la ventana, a una familia que estaba caminando alegremente. Por unos instantes, su corazón no sentía más que dolor, recordando a su familia que había muerto en un accidente de tránsito.
Sebastián, esperaba en la mesa del bar habitual, su lágrima. Tratando de imponer su mejor sonrisa, alrededor de los comensales que lo observaban tímidamente.
Hasta que: ¡Al fin llegó su pedido!, y al ser ese mismo día, el aniversario del bar.El mozo le obsequió un reloj.
¡Justo un reloj para Sebastián!, ¡qué gracia! Inmediatamente, lo guardó en su bolsillo para no tirárselo en la cara, al pobre mozo....Al terminar su lágrima, se fue caminando directo, hacia su casa. Llegó, se descalzó, y entretanto alguien toca el timbre.
Sebastián enfadado abre la puerta.
— ¿¡Quién era!? Una compañera de su trabajo—.
Enseguida, le preguntó que hacía allí. —Ella le contestó agitada:
—¡Te corrí todas estas cuadras para devolverte tu reloj!.¡Se te había caído y no me escuchabas cuando te gritaba!—.
A lo que Sebastián le contesta:
— ¡Ah!, perdón. Si querés, quedátelo, porque no uso relojes.Me lo obsequiaron en el bar.Así que, si es de tu agrado, te lo obsequio en este mismo momento—.
Su compañera, aún agitada por su presurosa corrida, le contesta:
—No gracias.Tampoco uso relojes porque me molesta el tiempo—.
Sebastián, ensimismado por la respuesta, le dice:
—¡Que coincidencia!. A mí... me pasa lo mismo.... ¿Querés pasar a tomar algo?—.
Ella le contesta algo sonrojada:
—Bueno, sí... pero... ¿sabés preparar lágrimas?—.
Sebastián, casi telepáticamente, le dice:
—Si, por supuesto.Me encantan las lágrimas, pasá—.
Los dos se quedaron horas conversando, con el reloj puesto encima de la mesa que acomodaba empáticamente sus dos lágrimas. El tiempo pasó y a ellos, parecería, que no les molestó”....
—Fernanda, al terminar de escuchar el cuento de su esposo, le pregunta:¿Por qué entonces no usaban relojes? No logro comprender...
Esa sí, que es buena pregunta, mi amor...Es que, no existen relojes que puedan medir el tiempo del amor, de la compañía, del entendimiento. Éste cuento, es un claro reflejo de lo que siento por vos. Nuestro amor será eterno, y no habrá relojes que me impidan estar siempre a tu lado. Fernanda, con una lánguida sonrisa en su rostro, giró la cabeza y se durmió. Juan se acostó a su lado, besandole la frente como señal de despedida del mundo terrenal, y también se durmió.
Los dos esa noche, se durmieron con una lágrima que caía como una bendición, sobre sus párpados cerrados.