Laberintos de angustia,
cruzan por todos los callejones,
de esta soledad enjaulada.
Vociferan los muertos,
que mi hora ha llegado,
y me complazco en el silencio.
Este silencio tan atroz,
que hace eco en todos los hoteles,
incendiados por la lujuria.
Los amantes me atacan por la espalda,
y me asfixian con sus orgasmos.
No encuentro la hora de mi muerte,
y me enloquezco cada vez más.
Estoy sola,
nadie me busca.
Nadie