Brutalmente me despojo de una duda que me carcome hasta lo
más ínfimo de mis huesos, mis entrañas, mis voluptuosidades, mis demandas, y de
mis descomposturas intestinales. Me abstengo en decir estupidez alguna en esta
nefasta y contraria circunstancia, llevando a cabo un discurso democrático y
digestivo para mi alma y estomago que así lo requieren.
Hago un paréntesis en la foja decimo cuarta para dejar en
claro que la demanda que le confiero al supuesto impostor por el daño y
perjuicio hecho y desarrollado aquel veintisiete de noviembre, del año quinientos veintiuno antes de Cristo (Ya que si Cristo hubiese
estado vivo lo hubiera matado a piedrazos por serpiente y lacra venenosa que se
arrastra hasta los suburbios de cada mujer para el atractiva).
No me declaro inocente tampoco yo al respecto de esta
declaratoria, por estúpida digamos, por crédula pensemos, por cagona (lo dice
el retrete).
Así que Señor Juez me confieso portadora del arma de fuego
en mi coche y luego de haber disparado ante la yegua de su amante, y también de
haberlo matado a el. Pero dígame, ¿existe un juzgado moralmente civilizado que
me quite la frase cornuda de mi frente,
pelotuda de mi consciente y cagadora por culparme de algo que yo no hice?
No señora, pero mas bien el cartel que ve allí arriba dice Manicomio,
por si no se dio cuenta, que es justamente donde la llevamos para el resto de
sus días por estomago culposo y descompostura verbal adquirida luego de un
proceso psicópata persistente.
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