Y recuerdo cuando aquella llovizna,
se deslizó por nuestras ropas suspicazmente
y piadosa recorriendo desde mi blusa hasta mi ombligo
y desde tu pantalón hasta tus pies.
La dejamos pasar sin prohibiciones,
bastaba que se convierta en tormenta
para dejarnos desnudos en el séptimo
piso de la terraza de aquél hotel.
Sólo fue llovizna con refucilos,
y algún que otro ruido que escuchamos
desde la cama que daba al rio,
justo desde la ventana que acompañaba
nuestra estadía en el sur.
No queriamos irnos,
queriamos quedarnos si fuese posible
un mes más.
Pero después
aconteció el terremoto,
y nos vinimos volando, salvando nuestras
vidas, fugándonos de la muerte,
palpitando en nuestras entrañas
el deseo irrefrenable de dos adolescentes
enamorados tardíamente.